Hoy estoy de luto. Cada vez que se cierra un medio de comunicación un poco del periodismo y de la libertad informativa se muere con él. Cuando ese medio es en el que tu trabajas, al que has dedicado los últimos siete años de tu vida y al que no te ha importado conceder parcelas privadas de tu día a día (quizás hasta límites insospechados), parte de tu corazón también muere.
Maltratados por una sociedad que les utiliza como mero vehículo para hacer llegar sus ideas y por una profesión, la suya propia, carente de reconocimientos y marcada por un complejo de inferioridad crónico, los periodistas circulan por unas redacciones en las que, la mayoría de las veces, el profesional es lo último y la libertad de información, el derecho a saber, queda condicionada a los intereses políticos y económicos. Una sociedad sin periódicos, una sociedad sin medios, es una sociedad muerta.
En este caso, nuestro hasta ahora grupo cabecera, Promecal, alude a una pérdida de ganancias para cerrar, por completo, dos de sus periódicos, La Tribuna de Guadalajara y La Tribuna de Cuenca, la eliminación de las delegaciones de Talavera y Puertollano, la desaparición de sus televisiones en Ciudad Real y Toledo y el recorte global de plantillas en el resto de sus periódicos regionales. A excepción de La Tribuna de Albacete (la única que se financia sola y en la que Promecal 'sólo' posee el 51% del accionarado), todos los medios del grupo en Castilla-La Mancha se verán afectados con la eliminación de 120 puestos de los 182 que, hasta ahora, operaban en la Comunidad castellano-manchega. Un 'exterminio' en el que cuestiones como la caída de Caja Castilla-La Mancha, CCM, que aportaba una media de tres millones de euros al año en publicidad, han influido irremediablemente en lo sucedido, así como el hecho de que los medios de comunicación estén, endémicamente, relacionados con empresas constructoras. La caída del ladrillo supone para esta profesión la pérdida de muchos medios. Es así de triste y de cierto, aunque algunos pensemos que el grupo, simplemente, se ha deshecho de aquellos más débiles y los que, a la larga (o a medio plazo, esto es cuestión de semanas), menos les vamos a costar.
Vivimos en una sociedad difícil en la que es de recibo común plegarse a los intereses políticos y económicos. La Tribuna ha malvivido siempre entre ambos mundos haciendo gala de una rebedía que ha terminado pagando cara. Y ha sido quizás su irreverencia, su constante negativa a disfrazar los datos o a enmascarar la realidad, lo que le ha llevado posiblemente a la situación que hoy en día vive.
Hoy su redacción languidece perdida en una desoladora incertidumbre. Apenas se escuchan teclados (banda sonora de nuestra cotidaneidad) y los trabajadores deambulan maltrechos sin saber qué hacer y escondiendo las lágrimas, cargadas de rabia e impotencia. Ya no hay temas que mover para el futuro, ya no hay ilusiones que cubrir ni cuestiones de aquellas que te llenaban el estómago de mariposas y te hacían regresar a casa con la sonrisa en el rostro y la satisfacción de haber reflejado lo que ocurría, aun cuando todos las circunstancias parecían adversas para ello.
Cuando se ha vivido tanto, cuando se han compartido tantas horas, cuando hemos tenido la oportunidad de hacer nuestras las victorias de otros y de llorar con las desgracias de los demás como si fueran las propias, es muy difícil frenar al corazón y desligarlo de las cuestiones en las que se ha volcado durante los últimos años. Es muy duro. Porque esto es un trabajo y al final, para muchos de nosotros, se ha convertido en parte de nuestra vida, una parte que no nos ha costado sacrificar por un objetivo común, el compromiso que queríamos tener todos con una información de calidad, cercana. Y es curioso, a punto de echar el cierre, nos vamos con la tranquilidad que da el trabajo bien hecho. Porque aunque nos hayamos podido equivocar (todos somos humanos), siempre lo hemos hecho desde el más absoluto desconocimiento y, por el contrario, no hemos dudado en enfrentarnos a quien fuera por publicar aquello que nos parecía justo, al menos. Hoy nos queda eso, aunque, mirando al abismo, apenas reconforte ante este cierre incomprensible.
Nadie lo entiende, todos preguntan y ni siquiera nosotros podemos dar explicaciones. Porque es inexplicable. Hemos trabajado tanto para hacer el periodismo que nos gustaba y que creíamos que merecía esta ciudad, que ahora, al irnos por la puerta de atrás, con un cierre total, sin opción a últimas posibilidades... la desolación y la rabia se tornan infinitas. No sólo cierra La Tribuna, con ella, una parte de nosotros mismos, ya no regresará jamás.
Las despedidas son siempre amargas y ésta no puede estar exenta de dolor. Por la gente que ha trabajado aquí (qué grandes profesionales y qué suerte haber trabajado con ellos) y por los momentos vividos y pasados, la tristeza no puede ser pasajera. Arraigará en nuestro corazón, al menos en el mío, aunque quizás por ello, siempre haré gala de haber trabajado aquí. Al fin y al cabo, en el fondo, no puedo sentirme más privilegiada.