#noesno. No, una sola palabra que parece contundente, que no
admite réplica, en al menos casi todos los ámbitos de la vida. A excepción de
uno, aquel en el que entra en juego la sexualidad, el cortejo mal entendido, el
abuso y, sí, cuando se consuma tal abuso, la VIOLACIÓN.
Yo sé lo que es eso. TODAS lo sabemos. Pensemos en un caso. Empezar
una noche de celebración. Pasarte un poco, no calibrar al cien por cien y
fundirte en el ambiente festivo. Divertirte. Empezar a coquetear y llevar
incluso el tonteo al ámbito sexual. “Él va de duro. Pues yo también. Me gusta
pero no quiero que piense que soy una pringada”. Y sigues. Hasta que te das
cuenta de que para lo que para ti son bromas subidas de tono para él ya han
pasado a otro nivel. Comienza a hacerte proposiciones que te incomodan.
Sabes que no quieres. No llegar hasta ahí. Una cosa es el
vacile, aunque vayamos todos borrachos y nos descojonemos de nosotros mismos, y
otra muy distinta llegar a algo que no te apetece. Sin más. No hacen falta
excusas. No son necesarias las justificaciones.
Y dices NO, el primer no. Pero, eres consciente, es un NO
muy pequeño, porque aún estás buscando la forma de salir de este lío sin
parecer una calientabraguetas (con eso te vas a ir, por lista), y, sobre todo,
intacta. Ya sabes, por cultura, experiencia, por la sociedad en la que vives (y
da gracias, en otros países ya te habrían violado), que el peligro está ahí .
Has cruzado la línea aunque desconozcas el momento en el que lo hiciste. Puede
que desde el primer momento en el que empezaste a hablar con él.
Tras esa ‘revelación’ lo repites varias veces: “No, no, no…”,
alguna incluso con seguridad. Pero se mofa. No te cree. Piensa que es una
broma. Además está borracho. Se pone pesado y con cada nuevo acercamiento se
torna más fuerte, intrusivo, poderoso. Comienzas a tener miedo internamente. Un
cosquilleo desagradable que golpea tu espinazo y aviva en ti el instinto de
alerta. Y un temor, cada vez más aterrador, de que no vas a salir indemne, de
la forma en la que sea, NO.
Y aún así, eres lista. Has estado con él un rato y estabas a
gusto. Sabes que llevarás la situación mejor por las buenas, simulando un buen
rollo que se fue hace tiempo e intentando minimizar lo que pueda pasar.
Pruebas. Le apartas. Pero él se resiste y se pega más. Te invade, te violenta y
el temor llega a cotas descomunales. Y entonces tomas una decisión. Sobrevives.
Cierras los ojos con el primer beso. No. Y pones una
resistencia que él interpreta como juego (me pregunto por qué) e intensifica la
presión. Y entonces empiezas a querer desaparecer, te retuerces, aún cuando un
sentimiento ¿innato?, un estigma histórico, te aconseja ceder, dejarte llevar y
disimular tu rechazo porque todo irá más rápido y saldrá mejor. ¿Para quién?
Para ambos piensas. Pese a que sabes que mientes.
Así que te ¿dejas? (No) Poseer, tensa, poniendo resistencias
incontroladas que nacen de lo más profundo de tu ser pero que él interpreta,
como hacen muchos, como un cortejo juguetón: “No te resistas. Lo estás
deseando”. (No, no, no…)
¿Lo imaginas? ¿Lo has vivido? ¿Algo similar? ¿Incluso con tu
pareja, sí? Imagínate ahora lo mismo, pero no con uno. Con cinco tíos
borrachos, mayores que tú, que te llevan a un rincón.
No necesito una sentencia para identificar un sentimiento.
Las leyes, son leyes. Los castigos, castigos. La sumisión y el servicio de
complacencia que nos han impuesto desde siempre los hombres y, sí, que nos
hemos infringido también las propias mujeres (“Mira cómo va” “Parece una tal”
“Esa sí que es una zorra…”), no entiende de jurisdicción. Por desgracia va
mucho más allá. Mucho más.
Sí, yo entiendo lo que vivió la víctima de La Manada. Otras
nos hemos visto intimidadas, cuestionadas, asustadas con mucho menos… y hemos
claudicado. Nos han educado así y hasta lo han vestido de cierta normalidad.
“Ella se lo ha buscado” “Si es que va provocando” “Cuando juegas con fuego, te
quemas”. Entiendo que en un mundo que juega a esas reglas se considere que eso
no es intimidación. Pero lo es.
Y es violación. Violación de tu espacio desde el momento en
el que te invade y no quieres. NO. Violación de tu persona cuando va más allá.
NO. E, incluso, violación de tus relaciones y de tu seguridad futura cuando
después intentes continuar. Dolida. Mintiéndote y diciéndote que solo ha sido
una mala experiencia sexual que se te fue de las manos. Pese a sentirte tan
despreciable y ultrajada en el fondo de ti.
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