Punto de partida

La vida se compone de un sinfín de momentos, muchos de ellos inolvidables y otros totalmente prescindibles, aunque todos, finalmente, nos ayudan a ser lo que somos hoy. Es difícil aglutinar muchas de estas vivencias, la gran mayoría, finalmente, abocadas al olvido. Pero siempre hay oportunidades de mantenerlas en la memoria y, por qué no, compartirlas con otros, en un afán por rescatar aquello que nos ha hecho felices en un determinado momento o que ha contribuido a cambiar nuestra vida en otro. Desde la máxima humildad, faltaría más, este blog pretende ser un compendio de todo ello. Una mirada al pasado para afrontar el futuro, disfrutando, siempre, del presente.

viernes, 3 de octubre de 2014

La venganza de los 'buenos'

Es un tema tan antiguo como la historia misma y, de hecho, es habitual y recurrente en cuentos infantiles y leyendas. La última vez, sin ir más lejos, ha llegado de la mano de Disney, creador de anhelos y deseos frustrados, y en ella se trata de explicar/justificar por qué la mala de la Bella Durmiente es tan malvada como todos sabemos. ¿La respuesta? La de siempre: algo le habían hecho y, claro, eso justifica todo lo demás.

Sin embargo, la reflexión que hoy me trae a estas páginas es más banal, más cercana, cotidiana… Vamos, que todos la hemos vivido en nuestros fueros. A veces, como meros espectadores, y otras, como víctimas o incluso verdugos. Al fin y al cabo, los cuentos son un mero espejo del carácter humano y, de este (para bien o para mal) nos encontramos muestras todos los días.

Pasar de ser el bueno de la historia a ser el malo es muy sencillo. Más de lo que parece en un principio. Para ello sólo hace falta una alta carga de resentimiento (o ‘justicia’ malentendida, como dirían otros) y una oportunidad. Y estas se encuentran a pares en la vida, aunque los ‘malvados’, a menudo, se crean inmunes a ellas. Es lo que tiene la soberbia. 

Hace años trabajé con una compañera que era un pedazo de pan: buena, honesta, siempre dispuesta a prestarte una mano y a echar las horas que fueran necesarias. Quizás ese fue su mayor error, aunque sea injusto decirlo. Vivimos en una sociedad en la que unos se aprovechan de otros y los buenos (considerados por algunos, erróneamente, débiles) son pisoteados hasta la extenuación, hasta que no pueden más. Hasta que se rebelan. Y, hartos ya de tanta presión, a veces lo hacen de la peor manera posible.

En este caso, no fue una excepción. Finalmente, resentida y dolida por lo ‘injusta’ de su situación, mi ex compañera no sólo se rebeló contra aquel que la oprimía, contra el jefe que ignoraba su petición o contra el responsable que dilapidaba sus derechos sin ningún tipo de conciencia. De hecho, y eso a menudo pasa también, ni siquiera lo llegó a hacer contra ellos directamente. Lo hizo contra todos, convencida de su legitimidad porque, al fin y al cabo, había sido la ‘más buena’ y los momentos de desdichas le abrían la puerta a años y años de bonanzas y privilegios. Por encima de quien fuera.

A menudo estos ‘nuevos malvados’ son los más peligrosos. Su ansia de justicia y de restaurar los supuestos daños infligidos no tienen límites y no reparan en víctimas o consecuencias. Su sed de venganza es ilimitada, aunque pronto olvidan el foco de sus deseos y los proyectan hacia los demás. ¿Quién no ha denunciado una supuesta injusticia y se ha encontrado con respuestas del tipo: “Pues hace un tiempo las cosas sí que estaban mal” o “Tú no te quejes porque peor que lo he pasado yo aquí...”, “Algunos no tuvimos días libres en años” o similares?

Compartir una iniquidad no hace que esta sea más pequeña. Y permitirla, conociéndola de antemano y teniendo la posibilidad o responsabilidad de acabar con ella, es como cometerla uno mismo. O lo que es peor, convertirse en mártir y dar por hecho que los demás deben pasar las mismas penalidades que nosotros hemos sufrido (o hemos permitido que nos causaran), nos convierte en el peor de los opresores. En un ‘malvado’ que no sólo actúa como tal, sino que considera que sus actos están justificados. Que se victimiza ante lo demás.

En fin, como les decía, son situaciones cotidianas. Diariamente nos cruzamos con amigos, compañeros, familiares que denuncian tropelías contra sus personas para cometerlas posteriormente contra otros (generalmente a los que consideran más débiles), amparándose en su supuesta situación previa de desamparo. Quizás sería más adecuado plantar cara al que nos oprime desde un principio, o no permitir que nuestra disponibilidad y bondad se confunda con servilismo y nos haga perder el respeto por nosotros mismos. Quizá la solución sería poder parar esas situaciones antes de que lleguen a más. Pero pocos lo hacen. A menudo, el ‘bueno’ es cobarde o, simplemente, espera que sus esfuerzos algún día se verán recompensados. Y eso a veces ocurre. Otras, muchas de ellas, no.

Con todo, siempre habrá superiores que seguirán comportándose como antes de alcanzar sus puestos, personas que aprovecharán los momentos de fortuna para mejorar realmente las cosas, o amigos que, pese a haberlo pasado mal, no olvidarán lo sufrido e intentarán evitar situaciones similares si sus condiciones se lo permiten. Todos queremos llegar a eso. O, lo que es más inquietante, creemos ser así. A lo mejor habría que preguntar con honestidad a los demás si realmente lo somos. Aunque no siempre estemos preparados para la respuesta.