Punto de partida

La vida se compone de un sinfín de momentos, muchos de ellos inolvidables y otros totalmente prescindibles, aunque todos, finalmente, nos ayudan a ser lo que somos hoy. Es difícil aglutinar muchas de estas vivencias, la gran mayoría, finalmente, abocadas al olvido. Pero siempre hay oportunidades de mantenerlas en la memoria y, por qué no, compartirlas con otros, en un afán por rescatar aquello que nos ha hecho felices en un determinado momento o que ha contribuido a cambiar nuestra vida en otro. Desde la máxima humildad, faltaría más, este blog pretende ser un compendio de todo ello. Una mirada al pasado para afrontar el futuro, disfrutando, siempre, del presente.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Poema de la Despedida

Te digo adiós y acaso, te quiero todavía.
Quizá no he de olvidarte, pero te digo adiós.
No se si me quisiste...No se si te quería...
O tal vez nos quisimos demasiado los dos.

Este cariño triste y apasionado y loco,
me lo sembré en el alma para quererte a ti.
No se si te amé mucho...No se si te amé poco.
Pero si se que nunca volveré a amar así.

Me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo,
y el corazón me dice que no te olvidaré;
pero al quedarme solo; sabiendo que te pierdo,
tal vez empiezo a amarte como jamás te amé.

Te digo adiós y acaso en esta despedida
mi más hermoso sueño muere dentro de mí...
Pero te digo adiós para toda la vida,
aunque toda la vida siga pensando en ti.

                                         José Ángel Buesa

jueves, 14 de abril de 2011

Te quiero... pero como amigo

Hace unos días hablaba con una amiga sobre la tan manida respuesta del ‘Te quiero como amigo’ y, generalmente, lo mal que ésta sienta al destinatario del mensaje (casi siempre perteneciente al género masculino). Todos hemos pasado por esas situaciones, en uno o en otro lado, y por mucho que las recordemos con humor lo cierto es que no son agradables para nadie. Yo tuve una muy peculiar, protagonizada por mi amigo Tomasín que, desde aquel día, dejó de ser ‘Tomasín’ para convertirse en el ‘tío raro que me hacía sentir incómoda cuando estaba con mis amigos’. No quieres que sea así, pero es.

La situación fue surrealista desde el principio. Fuimos a una feria popular y allí Tomasín insistió en que nos montáramos ambos en la noria. A ver, no es que una no sea romántica. Lo que ocurre es que una tiene cierto vértigo y respeto (que no miedo) a las alturas. Vamos, que la noria, precisamente la noria, no es mi escenario favorito para que alguien me pida algo, sea lo que sea. Si a eso le sumamos la sospecha, incómoda sospecha, que comienza a abrirse paso en tu interior en ese momento, cuando llevas más de media hora siendo el centro de todas las palabras y muestras de Tomasín, tu angustia se dispara. Un confuso presagio que al principio te hace hasta gracia, que luego te hace vacilar (“No puede ser que me vaya a pedir salir… no, no”), y que al final se convierte en un recelo auténtico (“No, a la noria no, que éste se lanza y no tengo escapatoria. No, por favor, no me hagas esto”).

Pero te lo hace. Con toda su buena intención, con su sonrisa ingenua y con unos ojos encandilados que te hacen sentirte como la bruja de Blancanieves. Así que subimos a la noria, él como si fuera a una boda… y yo al potro de tortura. Y allí arriba, tras varios minutos incómodos y justo cuando el inmenso aparato decidía pararse con nosotros en el punto más alto, lo soltó. Me le quedé mirando fijamente, como sorprendida (no lo estaba, estaba aterrada); luego trivialicé con el tema y hasta le acusé de tomarme el pelo con coletillas como ‘Anda, no digas tonterías…’, ‘Con lo que bien que nos llevamos lo vamos a poner en peligro por algo así…’, ‘Esto es una broma, ¿no?’. Sentencias, todas ellas, que dichas a una mujer no podrían haber dejado más claro tu desinterés por el asunto. Pero con los hombres no ocurre… Nunca ocurre. O puede que ellos, ya en la situación, decidan poner toda la carne en el asador. Con dos…

En ese momento, cuando estás suspendida prácticamente en el aire, con 100 metros de caída libre bajo tus pies, las excusas se han acabado, él cada vez más cerca (¡Ay no, beso sí que no, que no lo intente, por favor, que no lo intente!), sus ojos implorantes y una voz interna que cada vez te grita con más fuerza: “¡¡Tírate, no lo dudes, tírate!!”. En ese momento, decidme, ¿qué haces?

Poco se puede hacer. Tus intentos, fallidos, por desanimar a Tomasín salvaguardando su orgullo no han dado resultado y ser claro tampoco parece ser lo más aconsejable porque, al fin y al cabo, qué puedes decirle: “Mira Tomasito, aunque se rompieran los engranajes de esta puta noria, no pudiéramos bajar nunca y nos tuvieran que dejar aquí de por vida, aún entonces, preferiría morir de inanición a tener algo contigo… pero eso no quiere decir que no te aprecie”. Ya. Sólo hay una cosa cierta, él quiere algo contigo, y tu no. A partir de ahí, el acuerdo va a ser difícil y terminar el día con la misma relación que os unía antes… casi imposible.

Le dije que no, claro. De la forma más suave posible y, en efecto, subrayando que era un amigo estupendo… pero sólo eso. Y aunque ofensiva para el que la recibe (porque sabe lo que realmente significa), lo cierto es que tal afirmación sólo es una forma ‘amable’ de decir que tienes cariño por alguien, pero nada más. Ojalá fuera distinto, pero los sentimientos son lo que son.

Vamos, que no sólo le dije que no a Tomasín porque sabía de antemano que el pobre me lo preguntaba a mí después de haberlo intentado con todas mis amigas (siempre contó con una admirable capacidad de recuperación). También fue, sobre todo fue, porque no me gustaba nada, nada, NADA. Aunque quizás decírselo así hubiera sido demasiado demoledor, ¿o no? Lo cierto es que desde esa noche nuestra relación ya nunca volvió a ser la misma. Y lo sentí, sobre todo porque para mí lo ocurrido no había sido tan importante.

Aunque quizás ese fue el verdadero problema.

viernes, 25 de febrero de 2011

La revolución del mundo árabe


La presente ola de disturbios que está asolando a gran parte de los países del mundo árabe y que amenaza con cambiar el orden mundial, tal y como lo conocemos, no es algo inesperado. Quizás sí una circunstancia amenazante, temible, especial y de gran interés, y temor, para el resto del planeta. Pero no inesperada.

La globalización y la propia evolución han hecho del mundo un lugar más pequeño donde las diferencias entre unos y otros, siempre presentes, son más evidentes, y ansiadas, que nunca. Las grandes potencias, Estados Unidos, Japón, China, y los principales organismos internacionales, como la OTAN, la ONU o la misma Unión Europea, no pueden propugnar un estado de bienestar y derechos sociales (China es una excepción) dentro de un entorno mundial acuciado aún por las dictaduras encubiertas (y no tanto), la enfermedad, el hambre o la pobreza. Es lógico que el mundo subdesarrollado quiera las mismas cotas de igualdad del hasta ahora Primer Mundo. Es legítimo que reclamen un cambio. Y el resto de la humanidad no puede seguir indolente a ello.

Países como Túnez, Egipto o Libia viven en el epicentro de una revolución que procede del pueblo. Ése que lleva décadas padeciendo la ausencia de servicios sociales y que acumula siglos de injusticia alimentada por la ambición de aquellos que han ocupado el poder.

Ben Ali, en el caso tunecino, pasó de anunciarse como libertador a convertirse en hostigador de las masas que, en una primera época, aseguró defender. Ocurre mucho con los que dirigen por la fuerza a golpe de imposición. Su llegada al poder en 1987, tras un golpe de Estado contra Bourguiba que acababa con 20 años de República, fue ratificado con una victoria aplastante en las urnas en 1989 y 1994 (un cuestionado 99% de la población). Pero el poder vicia los buenos principios y si Ben Ali los tuvo en algún momento, en 2002 mostró su verdadero interés cuando modificó la Constitución con el afán de perseverar en el poder. No quería irse. Algo que, tristemente, ocurre hasta en los países más democráticos. A partir de entonces, su gobierno se convirtió en un régimen que prohibía la oposición, alimentaba el despilfarro (el del líder y los suyos) y anunciaba elecciones viciadas cuyo resultado ya conocían todos. Ben Ali sabía cuál podía ser su futuro. Pero nunca quiso creerlo. Abusó de su pueblo hasta que éste, ahogado por la ausencia de derechos y sumido casi en la pobreza y el abandono, se echó a la calle. Y venció.

Hosni Mubarak era conocido como el Faraón en Egipto. Permanecía en su torre de cristal, desde la que mantenía el poder de forma omnipotente en todo el país. Su llegada a la cumbre egipcia, en 1981, tras el asesinato de Anwar el-Sadat, le convirtió en un referente internacional que con el paso de los años mantuvo su status como punto de referencia del mundo árabe y única alternativa, ante los países más desarrollados, frente al fundamentalismo islámico. La salvación se convirtió en condena cuando, anclado en su ambición, su discurso se volvió rancio para un pueblo condenado a no evolucionar por los delirios de grandeza de su propio líder. La Plaza Tahrir, o bien llamada Plaza de la Liberación, fue su patíbulo.

Las protestas siguen extendiéndose porque la libertad no entiende de fronteras y reclama su espacio en el corazón de aquellos que saben que merecen formar parte de un mundo mejor.

El pulso se mantiene ahora en Libia, con un líder, Gadafi, adicto al botox y a los regalos caros y, sobre todo, aferrado al poder a base de sangre y fuego. Su discurso se tiñe de continua amenaza a las reservas petrolíferas que nutren a gran parte del planeta y el fomento del terror islámico como baza para salvaguardar sus privilegios. El Coronel Muammar al-Gadafi derrocó a la monarquía de Idris I en 1969, instaurando el régimen Yamahiriyya (Estado de las masas). De clara índole socialista (no descarten que finalmente recale en Venezuela o Cuba si debe abandonar el país), la soberanía, supuestamente, pertenecía al pueblo. Aunque éste, lleva ya mucho tiempo sin ejercer ese privilegio que apenas ostentó cierto día. Por primera vez en décadas, los libios hoy dan un paso al frente, aún a riesgo de perder sus vidas, por la libertad. Y su gobernante, su referencia hasta ahora, ha lanzado un órdago de muerte y destrucción contra los que osen atacarlo. Ignora que no hay miedo para aquellos que no tienen nada que perder. Pobre del que saca los tanques a la calle frente a su pueblo, porque tras ello, no habrá sitio en el mundo donde pueda descansar.

No es de extrañar que otros países sigan sus pasos en los próximos meses. Las revueltas de Irán, Barhain, Yemen, Jordania (allí el rey Abdalá II ya ha pedido una remodelación total de su Gobierno) o incluso Marruecos, sólo hablan de una pretensión por acabar con décadas de opresión y prosperar. Es su turno y no podemos obviar su derecho legítimo a alcanzar los mismos derechos que ya disfrutamos muchos otros.

El final de nuestros días llegará a través de la disgregación del mundo árabe, hay quien mantiene, dando fuerza a un sentimiento apocalíptico que últimamente protagoniza constantemente la realidad del planeta. Dicen que el calendario maya, que pronostica el fin del mundo para el 21 de diciembre de 2012, ya anticipó muchas de estas convulsas revueltas. Quién sabe si para entonces, no asistimos al ocaso de esta era, tal y como la conocemos, y al nacimiento de un nuevo orden mundial. Tal vez eso no sea tan malo.