Punto de partida

La vida se compone de un sinfín de momentos, muchos de ellos inolvidables y otros totalmente prescindibles, aunque todos, finalmente, nos ayudan a ser lo que somos hoy. Es difícil aglutinar muchas de estas vivencias, la gran mayoría, finalmente, abocadas al olvido. Pero siempre hay oportunidades de mantenerlas en la memoria y, por qué no, compartirlas con otros, en un afán por rescatar aquello que nos ha hecho felices en un determinado momento o que ha contribuido a cambiar nuestra vida en otro. Desde la máxima humildad, faltaría más, este blog pretende ser un compendio de todo ello. Una mirada al pasado para afrontar el futuro, disfrutando, siempre, del presente.

jueves, 14 de abril de 2011

Te quiero... pero como amigo

Hace unos días hablaba con una amiga sobre la tan manida respuesta del ‘Te quiero como amigo’ y, generalmente, lo mal que ésta sienta al destinatario del mensaje (casi siempre perteneciente al género masculino). Todos hemos pasado por esas situaciones, en uno o en otro lado, y por mucho que las recordemos con humor lo cierto es que no son agradables para nadie. Yo tuve una muy peculiar, protagonizada por mi amigo Tomasín que, desde aquel día, dejó de ser ‘Tomasín’ para convertirse en el ‘tío raro que me hacía sentir incómoda cuando estaba con mis amigos’. No quieres que sea así, pero es.

La situación fue surrealista desde el principio. Fuimos a una feria popular y allí Tomasín insistió en que nos montáramos ambos en la noria. A ver, no es que una no sea romántica. Lo que ocurre es que una tiene cierto vértigo y respeto (que no miedo) a las alturas. Vamos, que la noria, precisamente la noria, no es mi escenario favorito para que alguien me pida algo, sea lo que sea. Si a eso le sumamos la sospecha, incómoda sospecha, que comienza a abrirse paso en tu interior en ese momento, cuando llevas más de media hora siendo el centro de todas las palabras y muestras de Tomasín, tu angustia se dispara. Un confuso presagio que al principio te hace hasta gracia, que luego te hace vacilar (“No puede ser que me vaya a pedir salir… no, no”), y que al final se convierte en un recelo auténtico (“No, a la noria no, que éste se lanza y no tengo escapatoria. No, por favor, no me hagas esto”).

Pero te lo hace. Con toda su buena intención, con su sonrisa ingenua y con unos ojos encandilados que te hacen sentirte como la bruja de Blancanieves. Así que subimos a la noria, él como si fuera a una boda… y yo al potro de tortura. Y allí arriba, tras varios minutos incómodos y justo cuando el inmenso aparato decidía pararse con nosotros en el punto más alto, lo soltó. Me le quedé mirando fijamente, como sorprendida (no lo estaba, estaba aterrada); luego trivialicé con el tema y hasta le acusé de tomarme el pelo con coletillas como ‘Anda, no digas tonterías…’, ‘Con lo que bien que nos llevamos lo vamos a poner en peligro por algo así…’, ‘Esto es una broma, ¿no?’. Sentencias, todas ellas, que dichas a una mujer no podrían haber dejado más claro tu desinterés por el asunto. Pero con los hombres no ocurre… Nunca ocurre. O puede que ellos, ya en la situación, decidan poner toda la carne en el asador. Con dos…

En ese momento, cuando estás suspendida prácticamente en el aire, con 100 metros de caída libre bajo tus pies, las excusas se han acabado, él cada vez más cerca (¡Ay no, beso sí que no, que no lo intente, por favor, que no lo intente!), sus ojos implorantes y una voz interna que cada vez te grita con más fuerza: “¡¡Tírate, no lo dudes, tírate!!”. En ese momento, decidme, ¿qué haces?

Poco se puede hacer. Tus intentos, fallidos, por desanimar a Tomasín salvaguardando su orgullo no han dado resultado y ser claro tampoco parece ser lo más aconsejable porque, al fin y al cabo, qué puedes decirle: “Mira Tomasito, aunque se rompieran los engranajes de esta puta noria, no pudiéramos bajar nunca y nos tuvieran que dejar aquí de por vida, aún entonces, preferiría morir de inanición a tener algo contigo… pero eso no quiere decir que no te aprecie”. Ya. Sólo hay una cosa cierta, él quiere algo contigo, y tu no. A partir de ahí, el acuerdo va a ser difícil y terminar el día con la misma relación que os unía antes… casi imposible.

Le dije que no, claro. De la forma más suave posible y, en efecto, subrayando que era un amigo estupendo… pero sólo eso. Y aunque ofensiva para el que la recibe (porque sabe lo que realmente significa), lo cierto es que tal afirmación sólo es una forma ‘amable’ de decir que tienes cariño por alguien, pero nada más. Ojalá fuera distinto, pero los sentimientos son lo que son.

Vamos, que no sólo le dije que no a Tomasín porque sabía de antemano que el pobre me lo preguntaba a mí después de haberlo intentado con todas mis amigas (siempre contó con una admirable capacidad de recuperación). También fue, sobre todo fue, porque no me gustaba nada, nada, NADA. Aunque quizás decírselo así hubiera sido demasiado demoledor, ¿o no? Lo cierto es que desde esa noche nuestra relación ya nunca volvió a ser la misma. Y lo sentí, sobre todo porque para mí lo ocurrido no había sido tan importante.

Aunque quizás ese fue el verdadero problema.

2 comentarios:

  1. Me encantó... sobre todo lo de "siempre contó con una admirable capacidad de recuperación", jejeje... Bs

    ResponderEliminar
  2. Así es. A menudo es fácil confundir la querencia con la necesidad o el capricho, jijiji. Me alegro de que te haya gustado. Gracias. Besos.

    ResponderEliminar