Punto de partida

La vida se compone de un sinfín de momentos, muchos de ellos inolvidables y otros totalmente prescindibles, aunque todos, finalmente, nos ayudan a ser lo que somos hoy. Es difícil aglutinar muchas de estas vivencias, la gran mayoría, finalmente, abocadas al olvido. Pero siempre hay oportunidades de mantenerlas en la memoria y, por qué no, compartirlas con otros, en un afán por rescatar aquello que nos ha hecho felices en un determinado momento o que ha contribuido a cambiar nuestra vida en otro. Desde la máxima humildad, faltaría más, este blog pretende ser un compendio de todo ello. Una mirada al pasado para afrontar el futuro, disfrutando, siempre, del presente.

viernes, 25 de febrero de 2011

La revolución del mundo árabe


La presente ola de disturbios que está asolando a gran parte de los países del mundo árabe y que amenaza con cambiar el orden mundial, tal y como lo conocemos, no es algo inesperado. Quizás sí una circunstancia amenazante, temible, especial y de gran interés, y temor, para el resto del planeta. Pero no inesperada.

La globalización y la propia evolución han hecho del mundo un lugar más pequeño donde las diferencias entre unos y otros, siempre presentes, son más evidentes, y ansiadas, que nunca. Las grandes potencias, Estados Unidos, Japón, China, y los principales organismos internacionales, como la OTAN, la ONU o la misma Unión Europea, no pueden propugnar un estado de bienestar y derechos sociales (China es una excepción) dentro de un entorno mundial acuciado aún por las dictaduras encubiertas (y no tanto), la enfermedad, el hambre o la pobreza. Es lógico que el mundo subdesarrollado quiera las mismas cotas de igualdad del hasta ahora Primer Mundo. Es legítimo que reclamen un cambio. Y el resto de la humanidad no puede seguir indolente a ello.

Países como Túnez, Egipto o Libia viven en el epicentro de una revolución que procede del pueblo. Ése que lleva décadas padeciendo la ausencia de servicios sociales y que acumula siglos de injusticia alimentada por la ambición de aquellos que han ocupado el poder.

Ben Ali, en el caso tunecino, pasó de anunciarse como libertador a convertirse en hostigador de las masas que, en una primera época, aseguró defender. Ocurre mucho con los que dirigen por la fuerza a golpe de imposición. Su llegada al poder en 1987, tras un golpe de Estado contra Bourguiba que acababa con 20 años de República, fue ratificado con una victoria aplastante en las urnas en 1989 y 1994 (un cuestionado 99% de la población). Pero el poder vicia los buenos principios y si Ben Ali los tuvo en algún momento, en 2002 mostró su verdadero interés cuando modificó la Constitución con el afán de perseverar en el poder. No quería irse. Algo que, tristemente, ocurre hasta en los países más democráticos. A partir de entonces, su gobierno se convirtió en un régimen que prohibía la oposición, alimentaba el despilfarro (el del líder y los suyos) y anunciaba elecciones viciadas cuyo resultado ya conocían todos. Ben Ali sabía cuál podía ser su futuro. Pero nunca quiso creerlo. Abusó de su pueblo hasta que éste, ahogado por la ausencia de derechos y sumido casi en la pobreza y el abandono, se echó a la calle. Y venció.

Hosni Mubarak era conocido como el Faraón en Egipto. Permanecía en su torre de cristal, desde la que mantenía el poder de forma omnipotente en todo el país. Su llegada a la cumbre egipcia, en 1981, tras el asesinato de Anwar el-Sadat, le convirtió en un referente internacional que con el paso de los años mantuvo su status como punto de referencia del mundo árabe y única alternativa, ante los países más desarrollados, frente al fundamentalismo islámico. La salvación se convirtió en condena cuando, anclado en su ambición, su discurso se volvió rancio para un pueblo condenado a no evolucionar por los delirios de grandeza de su propio líder. La Plaza Tahrir, o bien llamada Plaza de la Liberación, fue su patíbulo.

Las protestas siguen extendiéndose porque la libertad no entiende de fronteras y reclama su espacio en el corazón de aquellos que saben que merecen formar parte de un mundo mejor.

El pulso se mantiene ahora en Libia, con un líder, Gadafi, adicto al botox y a los regalos caros y, sobre todo, aferrado al poder a base de sangre y fuego. Su discurso se tiñe de continua amenaza a las reservas petrolíferas que nutren a gran parte del planeta y el fomento del terror islámico como baza para salvaguardar sus privilegios. El Coronel Muammar al-Gadafi derrocó a la monarquía de Idris I en 1969, instaurando el régimen Yamahiriyya (Estado de las masas). De clara índole socialista (no descarten que finalmente recale en Venezuela o Cuba si debe abandonar el país), la soberanía, supuestamente, pertenecía al pueblo. Aunque éste, lleva ya mucho tiempo sin ejercer ese privilegio que apenas ostentó cierto día. Por primera vez en décadas, los libios hoy dan un paso al frente, aún a riesgo de perder sus vidas, por la libertad. Y su gobernante, su referencia hasta ahora, ha lanzado un órdago de muerte y destrucción contra los que osen atacarlo. Ignora que no hay miedo para aquellos que no tienen nada que perder. Pobre del que saca los tanques a la calle frente a su pueblo, porque tras ello, no habrá sitio en el mundo donde pueda descansar.

No es de extrañar que otros países sigan sus pasos en los próximos meses. Las revueltas de Irán, Barhain, Yemen, Jordania (allí el rey Abdalá II ya ha pedido una remodelación total de su Gobierno) o incluso Marruecos, sólo hablan de una pretensión por acabar con décadas de opresión y prosperar. Es su turno y no podemos obviar su derecho legítimo a alcanzar los mismos derechos que ya disfrutamos muchos otros.

El final de nuestros días llegará a través de la disgregación del mundo árabe, hay quien mantiene, dando fuerza a un sentimiento apocalíptico que últimamente protagoniza constantemente la realidad del planeta. Dicen que el calendario maya, que pronostica el fin del mundo para el 21 de diciembre de 2012, ya anticipó muchas de estas convulsas revueltas. Quién sabe si para entonces, no asistimos al ocaso de esta era, tal y como la conocemos, y al nacimiento de un nuevo orden mundial. Tal vez eso no sea tan malo.

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