Punto de partida

La vida se compone de un sinfín de momentos, muchos de ellos inolvidables y otros totalmente prescindibles, aunque todos, finalmente, nos ayudan a ser lo que somos hoy. Es difícil aglutinar muchas de estas vivencias, la gran mayoría, finalmente, abocadas al olvido. Pero siempre hay oportunidades de mantenerlas en la memoria y, por qué no, compartirlas con otros, en un afán por rescatar aquello que nos ha hecho felices en un determinado momento o que ha contribuido a cambiar nuestra vida en otro. Desde la máxima humildad, faltaría más, este blog pretende ser un compendio de todo ello. Una mirada al pasado para afrontar el futuro, disfrutando, siempre, del presente.

lunes, 19 de abril de 2010

Invisibles





El pasado mes de febrero, Antena 3 estrenó (los domingos por la noche), un peculiar programa que se titulaba ‘Invisibles’. Peculiar porque trataba un tema poco común en las actuales parrillas (tan dadas al espectáculo y al morbo como monedas comunes de cambio): la existencia de aquellos que viven en la calle. Para ello, además, elegía a cinco personajes famosos o conocidos a los que ‘infiltraba’ en el centro de Madrid, primero solos y días después acompañados. El espacio estaba precedido por el documental del mismo nombre estrenado en 2007 y producido por Javier Bardem, en el que se recreaban cinco historias de infortunio vistas por sendos directores consolidados.

Seguí poco el programa. De hecho no pude ver la emisión siguiente y tampoco me esforcé en ver las sucesivas (creo que pronto fue suprimido). La introducción de cinco famosos en la vida de aquellos que más sufren me resultó pretenciosa y cruel. Porque al final, con todo lo que eso nos pueda enseñar, no es ‘justo’ pasar de refilón por las rutinas diarias que no queremos tener con la tranquilidad, no obstante, de que pronto volveremos a nuestra acomodada existencia. Una existencia en la que pasamos de largo ante los más desfavorecidos, evitamos a los que viven en la calle o pensamos que poco podemos hacer por ellos, abotargados ante un día a día en el que la desgracia no se prueba, ni se simula o se finge. La desgracia se sufre y sin veracidad deja de emocionar para convertirse en una mera mueca de una realidad incómoda.

¿Entonces por qué viene hoy a estas páginas, os preguntaréis? Bueno, lo cierto es que el título ha seguido resonando en mi cabeza desde entonces. No ha sido por las historias personales narradas, aun cuando la gran mayoría de ellas te daban fe de lo cerca que alguien puede estar de perder todo y verse en la calle. Tampoco fue por la inclusión del personaje conocido, buena ‘percha’ para la audiencia pero totalmente inútil para la realidad que se vive en el olvido. Ni mucho menos por los conflictos que la llegada de estos nuevos mendigos supuso para sus compañeros de acera.

No. Fue la INVISIBILIDAD, tan presente en todo, en las penas de aquellos que sufren, en las angustias de los que lo pasan mal y son olvidados por el resto, en la desgracia y, lo que es aún más triste, en la apatía de aquel que, ajeno al dolor del otro, pasa junto a él y apenas le mira, como si no existiera. Como si, efectivamente, fuera invisible.

Desde mi más absoluta ignorancia, creo que esa es una de las mayores tristezas que comparten aquellos que malviven entre aceras, bancos y esquinas de muchas de nuestras ciudades. La absoluta sensación de soledad que les embarga, aun cuando están rodeados de gente por todas partes. No existir para el resto. No existir para nadie.

No somos tan distintos, después de todo. La soledad, la sensación de que no importas o te importan, la tristeza de haber pasado de largo y no haber dejado huella en aquellos que nos rodean, es algo que, sin embargo, no es atribuible únicamente a los desamparados. Convive entre nosotros.

Casi todos odiamos la invisibilidad. Para aquellos que, como en este caso, viven en la calle, la mayor desesperanza, el sufrimiento, radica en ver cómo los demás les tratan como si no fueran nadie. Como si no estuvieran allí. Y todos queremos existir, del modo que sea, y, sobre todo, ‘existir’ para los demás, como si nuestra vida, en el fondo, no hubiera sido en vano. Como si hubiera servido. Al menos para alguien.

Tener un hijo, plantar un árbol, escribir un libro… Éstos y otros conceptos emergen a menudo asociados a compromisos ineludibles que cumplir a lo largo de nuestra vida para considerar que ésta ha sido plena. Al final, son una forma más de perpetuarnos. De continuar existiendo cuando ya no estemos aquí. De dejar de ser invisibles.

Depende de nosotros. Aunque que no sólo para ser vistos.
También debemos saber mirar.
Todos tenemos una historia.

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